El 2001 y la economía actual son situaciones incomparables - Por Roberto Azaretto
Por Roberto Azaretto - Ensayista e historiador
La
crisis que el gobierno del presidente Macri heredó del kirchnerismo, es
exactamente la antítesis de la crisis financiera de 2001. Tanto
economistas como políticos, entre ellos el ex presidente Duhalde,
cometen el error de comparar la situación actual de la economía con
2001. La crisis de 2015, heredada por el gobierno de Macri, se parece a
las crisis de 1974-mayo de 1975, que terminó explotando en el Rodrigazo,
o a la crisis de 1988-abril 1989 que terminó explotando en las
hiperinflaciones de 1989 y 1990.
Macri ha evitado una explosión inflacionaria como la de 1975 o la de 1989. La génesis de estas dos crisis, como la que Perón pudo manejar con menos costos explosivos inmediatos en 1949, al final de la experiencia de derroche y disparates populistas de Miguel Miranda en el manejo de la economía, fue el aumento exagerado del gasto público, con déficit fiscal financiado con emisión y con inflación reprimida por controles de precios, de cambio y atrasos tarifarios.
Una característica crucial de las crisis de 1949, 1975 y 1989 tenía que ver con la economía real (no financiera). Se trataba de una economía cerrada que había acumulado cuellos de botella en los sectores de infraestructura por falta de inversión, en cuyos mercados de bienes y servicios el gobierno intervenía discrecionalmente, con controles de precios, subsidios e impuestos distorsivos.
Había controles de cambio y una gran brecha en la cotización del mercado paralelo y el mercado oficial. Por supuesto, el nivel del gasto público como porcentaje del PBI y los déficits fiscales primarios, eran enormes. Fueron crisis fiscales e inflacionarias con una gran cantidad de cuellos de botella y distorsiones creadas por el intervencionismo estatal discrecional.
La crisis de 2001 fue diferente. Estuvo precedida por 10 años de estabilidad de precios, sin ningún tipo de control de cambios ni de precios, y con una economía totalmente abierta, sin cuellos de botella en sectores de infraestructura, y con amplia capacidad instalada en todos los sectores. Con un nivel de gasto público como porcentaje del producto mucho más bajo que en las crisis anteriores y con un déficit fiscal primario que, en el peor momento, no excedió del 1% del PBI.
Existió una crisis fiscal pero originada no en un aumento desmedido del gasto público primario sino en el endeudamiento de la Nación, que comenzó en 1995 por la crisis Tequila, pero que se acentuó entre 1997 y 1999 a pesar de que la economía se recuperó muy bien de aquella crisis y por el endeudamiento muy imprudente de las provincias con el sistema bancario local, entre 1997 y 2001.
Se trató de una crisis deflacionaria, porque la fortaleza que tenía el dólar en aquella época provocó también una fuerte apreciación del peso en un momento de fuerte caída de los precios de exportación de los productos argentinos. A la convertibilidad con tipo de cambio fijo se le puede achacar la responsabilidad por la deflación, pero no por la crisis financiera. Esto se pudo haber solucionado con una canasta de monedas, incluyendo, además del dólar, el euro y el real.
La única solución razonable para esa crisis era dejar flotar el Peso sin abandonar la convertibilidad (es decir sin pesificar compulsivamente los depósitos y préstamos en dólares) luego de reestructurar ordenadamente los pasivos para reducir la factura de intereses de la Nación y provincias y remover todos los vencimientos a corto plazo de la deuda pública, de tal forma que la depreciación del Peso, que seguiría a la libre flotación y que era necesaria para sacar al país de la deflación, no agravara la crisis financiera.
Luego del lamentable espectáculo de un Congreso festejando la cesación de pagos en la semana de desgobierno de Adolfo Rodríguez Saá se impusieron las propuestas de la Unión Industrial de entonces que, liderada por De Mendiguren, le vendió a Duhalde, violando los contratos y derechos de propiedad y transfiriendo riqueza de los pequeños ahorristas a los grandes grupos económicos que se liberaron de sus pasivos.
El gobierno ha heredado no sólo un déficit fiscal elevado sino un gasto público insostenible y con serias carencias de infraestructura económica y social. Algunos economistas profesionales, bien formados, con cargos en este gobierno, tienen la ilusión que el tipo de cambio flotante sea el reaseguro de que no se producirá una crisis financiera como la de 2001. Ellos, hasta hace muy poco, creían que la apreciación exagerada del peso en términos reales era siempre fruto del tipo de cambio fijo. Ahora, que se han dado cuenta de que altos déficits fiscales combinados con política monetaria restrictiva provocan apreciación real del peso, incluso mayor y más tempranas que en épocas de tipo de cambio fijo, deberían advertir que el tipo de cambio flotante no evita las crisis financieras.
El ejemplo es la crisis de 2008 en los Estados Unidos, que tiene el más flotante de todos los regímenes cambiarios imaginables. En ese año sufrió una enorme crisis financiera, incluso más grave que la de Argentina en 2001, debido a los préstamos imprudentes que se dieron a quienes se endeudaban con hipotecas sobre sus viviendas, que luego no iban a poder pagar. Las hipotecas sub-prime de los bancos estadounidenses fueron el equivalente a los préstamos a las provincias de los bancos argentinos entre 1997 y 2001.
Las crisis financieras suceden porque aumenta imprudentemente el endeudamiento, público o privado, a tasas reales de interés demasiado elevadas.
El régimen cambiario tiene poco que ver con las crisis financieras. Sí con las explosiones inflacionarias que siguen a las crisis financieras, porque cuando llega un régimen populista, la tentación de emitir dinero descontroladamente para resolver cualquier tipo de crisis, es muy alta.
Por eso hay tres reflexiones adicionales para hacer sobre los economistas, aunque tengan una sólida formación académica. Una es la falta, en muchos, de conocimiento de la economía real. La segunda es tener en claro los contextos internacionales; la tercera, tener buenos conocimientos de historia económica y de los ciclos.
Estados Unidos afrontó con solvencia la crisis de 2008, porque el titular de la Reserva Federal era un estudioso de la crisis mundial de 1929.
Macri ha evitado una explosión inflacionaria como la de 1975 o la de 1989. La génesis de estas dos crisis, como la que Perón pudo manejar con menos costos explosivos inmediatos en 1949, al final de la experiencia de derroche y disparates populistas de Miguel Miranda en el manejo de la economía, fue el aumento exagerado del gasto público, con déficit fiscal financiado con emisión y con inflación reprimida por controles de precios, de cambio y atrasos tarifarios.
Una característica crucial de las crisis de 1949, 1975 y 1989 tenía que ver con la economía real (no financiera). Se trataba de una economía cerrada que había acumulado cuellos de botella en los sectores de infraestructura por falta de inversión, en cuyos mercados de bienes y servicios el gobierno intervenía discrecionalmente, con controles de precios, subsidios e impuestos distorsivos.
Había controles de cambio y una gran brecha en la cotización del mercado paralelo y el mercado oficial. Por supuesto, el nivel del gasto público como porcentaje del PBI y los déficits fiscales primarios, eran enormes. Fueron crisis fiscales e inflacionarias con una gran cantidad de cuellos de botella y distorsiones creadas por el intervencionismo estatal discrecional.
La crisis de 2001 fue diferente. Estuvo precedida por 10 años de estabilidad de precios, sin ningún tipo de control de cambios ni de precios, y con una economía totalmente abierta, sin cuellos de botella en sectores de infraestructura, y con amplia capacidad instalada en todos los sectores. Con un nivel de gasto público como porcentaje del producto mucho más bajo que en las crisis anteriores y con un déficit fiscal primario que, en el peor momento, no excedió del 1% del PBI.
Existió una crisis fiscal pero originada no en un aumento desmedido del gasto público primario sino en el endeudamiento de la Nación, que comenzó en 1995 por la crisis Tequila, pero que se acentuó entre 1997 y 1999 a pesar de que la economía se recuperó muy bien de aquella crisis y por el endeudamiento muy imprudente de las provincias con el sistema bancario local, entre 1997 y 2001.
Se trató de una crisis deflacionaria, porque la fortaleza que tenía el dólar en aquella época provocó también una fuerte apreciación del peso en un momento de fuerte caída de los precios de exportación de los productos argentinos. A la convertibilidad con tipo de cambio fijo se le puede achacar la responsabilidad por la deflación, pero no por la crisis financiera. Esto se pudo haber solucionado con una canasta de monedas, incluyendo, además del dólar, el euro y el real.
La única solución razonable para esa crisis era dejar flotar el Peso sin abandonar la convertibilidad (es decir sin pesificar compulsivamente los depósitos y préstamos en dólares) luego de reestructurar ordenadamente los pasivos para reducir la factura de intereses de la Nación y provincias y remover todos los vencimientos a corto plazo de la deuda pública, de tal forma que la depreciación del Peso, que seguiría a la libre flotación y que era necesaria para sacar al país de la deflación, no agravara la crisis financiera.
Luego del lamentable espectáculo de un Congreso festejando la cesación de pagos en la semana de desgobierno de Adolfo Rodríguez Saá se impusieron las propuestas de la Unión Industrial de entonces que, liderada por De Mendiguren, le vendió a Duhalde, violando los contratos y derechos de propiedad y transfiriendo riqueza de los pequeños ahorristas a los grandes grupos económicos que se liberaron de sus pasivos.
El gobierno ha heredado no sólo un déficit fiscal elevado sino un gasto público insostenible y con serias carencias de infraestructura económica y social. Algunos economistas profesionales, bien formados, con cargos en este gobierno, tienen la ilusión que el tipo de cambio flotante sea el reaseguro de que no se producirá una crisis financiera como la de 2001. Ellos, hasta hace muy poco, creían que la apreciación exagerada del peso en términos reales era siempre fruto del tipo de cambio fijo. Ahora, que se han dado cuenta de que altos déficits fiscales combinados con política monetaria restrictiva provocan apreciación real del peso, incluso mayor y más tempranas que en épocas de tipo de cambio fijo, deberían advertir que el tipo de cambio flotante no evita las crisis financieras.
El ejemplo es la crisis de 2008 en los Estados Unidos, que tiene el más flotante de todos los regímenes cambiarios imaginables. En ese año sufrió una enorme crisis financiera, incluso más grave que la de Argentina en 2001, debido a los préstamos imprudentes que se dieron a quienes se endeudaban con hipotecas sobre sus viviendas, que luego no iban a poder pagar. Las hipotecas sub-prime de los bancos estadounidenses fueron el equivalente a los préstamos a las provincias de los bancos argentinos entre 1997 y 2001.
Las crisis financieras suceden porque aumenta imprudentemente el endeudamiento, público o privado, a tasas reales de interés demasiado elevadas.
El régimen cambiario tiene poco que ver con las crisis financieras. Sí con las explosiones inflacionarias que siguen a las crisis financieras, porque cuando llega un régimen populista, la tentación de emitir dinero descontroladamente para resolver cualquier tipo de crisis, es muy alta.
Por eso hay tres reflexiones adicionales para hacer sobre los economistas, aunque tengan una sólida formación académica. Una es la falta, en muchos, de conocimiento de la economía real. La segunda es tener en claro los contextos internacionales; la tercera, tener buenos conocimientos de historia económica y de los ciclos.
Estados Unidos afrontó con solvencia la crisis de 2008, porque el titular de la Reserva Federal era un estudioso de la crisis mundial de 1929.
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