La semana pasada estuvo en Buenos Aires la secretaria de Comercio
Exterior, Tatiana Prazeres. A comienzos de mes, Paulo Skaf, presidente
de la poderosa Federación de Industrias de San Pablo, la FIESP. Y ayer,
en Brasil, la cúpula de la misma entidad se entrevistó con el embajador
argentino Luis María Kreckler.
El torniquete a las importaciones creado por el Gobierno explica semejante operativo. Más que eso, el hecho de que el mercado argentino es clave para las manufacturas brasileñas .
Prazedes
se reunió con la ministra de Industria, Débora Giorgi, con Guillermo
Moreno, la secretaria de Comercio Exterior, Beatriz Paglieri, y el jefe
de la AFIP, Ricardo Echegaray. Casi idéntica fue la agenda de Skaf: no
figuró Echegaray, pero asistió el ministro de Economía, Hernán
Lorenzino.
El rango de los interlocutores puestos en escena por la
Casa Rosada revela, ya, la intención de que el diferendo comercial no
pase a la categoría de conflicto. Y menos que pueda dañar el vínculo de Cristina Kirchner y la presidenta Dilma Rousseff : es fuerte la sospecha de que alguna conversación telefónica hubo entre ellas.
“El
nivel de desinformación que existe allí sobre los controles todavía es
grande”, dice Dante Sica, un especialista en los recovecos de las
negociaciones bilaterales. Se diría que tan grande como la confusión que hay aquí .
Sica
cree probable que esperen algunas semanas para ver cómo funciona el
sistema en los hechos. Y enterarse, así, si las exportaciones brasileñas
tendrán trato preferencial, como aspiran.
Al otro lado de la frontera son concientes que detrás del filtro a las importaciones asoma un problema de divisas escasas
, con una sequía de impacto aún incierto sobre la super soja y la
necesidad de alcanzar un superávit comercial de US$ 10.900 millones.
Eso, que en la Argentina se conoce de sobra, transmite Skaf a los
empresarios.
La FIESP agrupa a 131 cámaras, que a su vez
representan a unas 150.000 industrias de todos los tamaños. Dice de si
misma que es “caja de resonancia de los grandes acontecimientos del país
y principal interlocutor de los sectores productivos”.
Relevamientos
preliminares de la entidad les dan que “cerca del 74 % de las
exportaciones podrían ser afectadas por las restricciones argentinas”.
Que las ventas de calzado, electrodomésticos, máquinas, autopartes,
muebles de madera, alimentos y textiles ya sufren las trabas de las
llamadas Licencias No Automáticas.
Se comporta como “una caja de resonancia”. Para el caso, un modo evidente de presionar sobre las posiciones de su gobierno.
En
la central paulista tienen claro que no viene mal tensar la cuerda,
aunque sin romperla, porque están en juego los intereses de sus propias
industrias. Y Skaf lo pone con todas las letras: “La Argentina es
nuestro mayor cliente en manufacturas. Exportamos mucha commodity al
mundo (productos primarios), pero son los argentinos los que más compran manufacturas brasileñas ”.
Desde
allí llegan autos y autopartes, laminados de acero, camiones, motores,
tractores y aviones. Se trata, justamente, de bienes industrializados.
Brasil lleva ocho años consecutivos de superávit en el comercio bilateral. Y en ese período acumuló un saldo favorable de casi US$ 30.000 millones : 5.800 millones en 2011, pese a una relación cambiaria que beneficia a la Argentina.
Este
es uno de los argumentos que emplean los funcionarios locales para
pelear por un balance más equilibrado. Otro, que ellos también ponen
barreras a los productos argentinos: Brasil no es un campeón del libre
comercio, y se protege como el mejor.
En realidad, el problema de fondo está en las escalas de producción y en el desigual despliegue tecnológico . Y el efecto se mide en productividad de las economías, esa palabra que insistentemente menta ahora Cristina Kirchner.
Skaf
suele aludir a la alternativa de invertir en la Argentina para producir
bienes que empresas de su país podrían adquirir. Y cita el caso de la
industria naval, como proveedora de barcos a Petrobras. Detrás de ese
objetivo anda Débora Giorgi.
Sería un gran negocio, dado el enorme
plan de expansión de la petrolera. Y mejor si el Banco Nacional de
Desarrollo acerca créditos blandos, aunque existe un escollo importante:
el financiamiento a los astilleros argentinos estaría condicionado a
que el 60 o el 70 % de los barcos tengan componentes made in Brasil , o sea producción y trabajo propios . Es un requisito que también plantea Skaf, aunque sin hablar de porcentajes.
Convertirse
en proveedor de Petrobras no es soplar y hacer botellas. En el más
optimista de los supuestos, pasaría un año antes de venderle barcos.
La
integración productiva entre los miembros fue un objetivo fundacional
del Mercosur, uno de los tantos que aún flotan en el aire. Y está claro
que el socio más grande debe hacer los mayores esfuerzos de
complementación.
Pero a medida que el tiempo pasa, las asimetrías
tienden a profundizarse. Y siempre cuentan las políticas que cada cual
se dé al interior de su propio país, porque, como alguna vez dijo Lula
sobre la Argentina: “Nosotros no podemos hacer por ustedes lo que ustedes no hacen por ustedes mismos ”.
FUENTE: IECO - Clarín. com
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